viernes, 28 de septiembre de 2012

El escritor, el rechazo y otros reveses de la vida

Nunca dejes que el éxito se te suba a la cabeza ni que el fracaso te alcance el corazón.

Por alguna razón, cuando me propusieron escribir algo para este blog, lo primero que me vino a la cabeza fue el tema del rechazo, no porque sea especialmente agradable, sino porque viene de la mano con el mismo acto de escribir, crear y vivir.

Quizás convendría empezar diciendo que solemos manejar un concepto más que discutible de lo que es el éxito y el fracaso, vinculado a una forma determinada de ver el mundo en términos de opuestos absolutos e irreconciliables. Los taoístas siempre han proclamado la importancia de aceptar las cosas como son, sin ponerle etiquetas a la experiencia vital. No podemos en realidad asegurar “esto es bueno” o “esto es malo” pues nos falta perspectiva y no sabemos cómo se van a desarrollar los acontecimientos.

Lo que en apariencia es bueno y positivo, puede acabar siendo un reto considerable. Y muchas veces, los obstáculos (considerarlos problemas es solo un punto de vista) resultan ser bendiciones escondidas.

A menudo asociamos el éxito a aspectos materiales y superficiales que pueden desaparecer de un día para otro, dejándonos perdidos y sin nada a lo que sujetarnos. También hemos escuchado numerosas historias de personas “arruinadas por el éxito”: actores que, tras ganar el Óscar u otros premios importantes, se quedan años sin trabajar; escritores, directores de cine, músicos, etc., cuya primera obra alcanza tal fama que la presión de producir algo similar les bloquea por completo; deportistas y cantantes que acaban consumidos por las drogas y el alcohol; personas que parecen tenerlo todo pero que se sienten vacías por dentro. Se dice del dinero que “viene y va” y lo mismo se podría aplicar a la fama o el éxito. No hay que tomárselo demasiado en serio.
Si asistimos a la lucha de la mariposa por salir del capullo e intentamos echarle una mano facilitándole su ardua tarea, en realidad la estamos privando de un entrenamiento muy valioso que le va a proporcionar la fortaleza necesaria para volar. Al tratar de ayudar, haciendo su trabajo, la condenamos a muerte. Sin ser tan dramáticos, esto mismo ocurre cuando padres y educadores tratan de facilitarle la vida a los niños hasta el punto de ahorrarles cualquier trabajo, cualquier sinsabor, haciéndolo todo por ellos. Quizá no los vamos a matar literalmente, pero no estamos precisamente contribuyendo a prepararlos para una vida feliz e independiente.

Y es que las cosas rara vez son lo que parecen.


Hace algunos años vi una entrevista a una joven, de apenas treinta años, que acababa de publicar un libro donde contaba su experiencia con el cáncer. Me llamó mucho la atención que asegurara que su mayor problema había sido disfrutar de una infancia y una juventud idílicas sin ningún contratiempo. Al no haber contado con pequeños y medianos obstáculos a superar, a modo de entrenamiento, se vio totalmente desbordada frente a un diagnóstico de gravedad. Había logrado superar la prueba, pero se daba cuenta de que hubiera sido más fácil con un poco de experiencia previa.

Así pues, todos aquellos que hayamos atravesado una infancia y juventud lejos de la perfección deberíamos estar agradecidos, dado que eso nos ha permitido desarrollar mecanismos de supervivencia de lo más variados y una envidiable tolerancia a la frustración. Y posiblemente también nos ha empujado a un camino de autodescubrimiento, a trabajar por entender mejor el mundo que nos rodea y a enfrentarnos con éxito al reto constante que supone para la mayoría el mero hecho de estar vivos.

Otro aspecto que quisiera resaltar es que tendemos a conocer a las personas cuando alcanzan el éxito, cuando aparecen en nuestro radar, de repente y casi de la nada. Debía tener unos muy inocentes diecinueve años cuando leí la autobiografía de Billy Wilder, el admirado director de cine austrohúngaro. Para mí, Billy Wilder siempre había sido famoso, como si hubiera nacido con una película memorable debajo del brazo. Me chocó mucho leer que, durante su juventud, había desempeñado ocupaciones tan variopintas como bailar con señoras ricas para conseguir algo de dinero. Admiramos a las personas de éxito, pero ¿somos conscientes de la habitualmente ingente cantidad de trabajo y perseverancia que les ha llevado a él? ¿Estaríamos dispuestos a hacer lo mismo?

Por otra parte, cuando leemos reseñas biográficas, rara vez se mencionan los “fallos”, lo que oculta el hecho de que la historia de un éxito suele ser también la historia de un fracaso (o de un rosario de ellos). Un caso bien conocido es el de Thomas Edison, al que sus incontables intentos fallidos jamás lo detuvieron, sino que más bien lo espolearon hasta convertirlo en uno de los más conocidos y prolíficos inventores. A Edison le llevó nada menos que 10.000 intentos refinar la bombilla eléctrica (que él mismo no inventó pero sí perfeccionó). En lugar de considerar que había sufrido 9.999 fracasos, declaró que simplemente “había encontrado 9.999 modos que no funcionaban”. Fue también él quien aseguró: “Muchos de los fracasos en la vida los experimentan las personas que no se dan cuenta de lo cerca que estaban del éxito cuando tiraron la toalla.”

Michael Jordan, considerado uno de los mejores jugadores de baloncesto de todos los tiempos, emplea sus “fracasos” del mismo modo y considera que haber perdido casi 300 partidos y fallado más de 9.000 tiros a canasta es la motivación que lo llevó al éxito. Como nos anima el proverbio japonés, “Cáete siete veces, levántate ocho.”

Afortunados fracasos de juventud los encontramos en Steve Jobs, al que a los treinta años echaron sin contemplaciones de la compañía que él mismo había iniciado, o en Walt Disney, al que despidieron de un periódico por “carecer de imaginación” y “no tener ideas originales”. El mundo sería un lugar distinto sin sus “fracasos”.

Volviendo a temas literarios, dudo mucho que exista un solo autor que no haya experimentado la amarga punzada del rechazo. Y claro, también existen numerosos editores arrepentidos de por vida por no haber aceptado ciertos trabajos.

Hay autores heroicos, como C. S. Lewis, responsable de la saga Las crónicas de Narnia, que afrontó más de 800 rechazos antes de lograr publicar algo. A Juan Salvador Gaviota, otro superventas, lo rechazaron 40 veces, mientras 25 editoriales dijeron no a Lo que el viento se llevó. Los escritores que ya han publicado, y hasta los muy premiados, tampoco son inmunes a las negativas. A García Márquez, por ejemplo, le costó lo suyo que aceptaran El coronel no tiene quien le escriba. Y también hay autores trágicos, como John Kennedy Toole, quien se suicidó con 31 años tras no conseguir publicar La conjura de los necios y recibió póstumamente el Premio Pulitzer de ficción y el premio a la mejor novela de lengua extranjera en Francia.

Aunque es cierto que no todo el mundo tiene que aprender a base de luchas y sufrimiento, en general uno no se convierte en un buen marino navegando aguas tranquilas. Las dificultades ocurren y todo depende del modo en que las afrontemos, bien como problemas insolubles que acaban con nosotros o como obstáculos cuya superación nos hace más fuertes. En mi primer trabajo en un colegio londinense las sillas volaban por los aires, no teníamos libros de texto y uno de mis alumnos de doce añitos acuchilló a una de las profesora. ¿Estaba preparada para algo así? En absoluto. ¿Estuve a punto de derrumbarme? Ciertamente. Lo importante es que no lo hice y logré seguir adelante más fuerte que antes. Cuando miro atrás sospecho que es una extraña combinación de pura ignorancia, determinación y persistencia lo que me ha conducido donde estoy.

En el terreno literario, aunque ya había publicado dos libros de análisis fílmico y montones de artículos, lograr el sí de una editorial para mi primera novela, Manuscrito en el tiempo, no fue exactamente fácil. Sobre esto hablo en la entrevista de Libros.com. Lo que importa no fue, en todo caso, el número de rechazos y la desilusión que conllevan, sino que el tiempo que transcurrió desde el primer borrador hasta la versión final me permitió adquirir una mayor perspectiva, aprender algunas cosillas sobre el mundo editorial, crecer, pulir más la historia y añadirle mayor profundidad.

Debemos recordar que “éxito” y “fracaso” son conceptos relativos. Las complicaciones, los retos, todas esas experiencias difíciles esconcen el potencial de convertirnos en mejores personas. En ocasiones, para apreciar la luz es necesario atravesar la oscuridad.


Ante lo que nos encontramos en la vida, más que dirigir la mirada al cielo y preguntar con desesperación: “¿Por qué a mí?” resulta mucho más productivo plantearse: ¿Qué puedo aprender de esta situación?” No siempre resulta fácil obtener una respuesta clara, pero está ahí.

En el mundo editorial, como en el mundo del cine, nadie sabe nada: nadie sabe por qué una obra triunfa ni por qué una novela se edita y fracasa o se rechaza. Así que el secreto no es otro que la persistencia, seguir intentándolo a pesar de todo, aprender de todas las experiencias y continuar adelante, persiguiendo incansables los sueños más profundos que hacen latir nuestro corazón.

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