viernes, 14 de diciembre de 2012

Sobre la creación literaria III: Valentía

Sábato en su taller de pintura

Me enamoro con facilidad, esa es la verdad. Y me enamoro por épocas. He amado locamente a José Saramago, a Oriana Fallaci, a Amos Oz, Alejandra Pizarnik, Emile Zola, Dostoievsky y Juan Rulfo; entre muchos otros. Qué le voy a hacer...así soy. He cometido el pecado de no poder amar a Tolstói sin condiciones. Lo siento. Tampoco conseguí enamorarme de Murakami por más de dos semanas. Mis amores pueden ser muy breves. Hay uno, sin embargo, que retorna a mí de forma cíclica y cada vez con mayor fuerza. Es de Ernesto Sabato (o Sábato, ambas formas son aceptadas) de quien les hablo; escritor argentino, autor de pocas novelas y muchos ensayos sobre la condición humana. Esta vez me ha tocado el alma con Abbadón el exterminador; aún no lo había leído. Entre otras cosas, habla en esta novela sobre el acto de escribir y lo hace a través de uno de sus personajes: Sabato. Dicen que es una novela un tanto autobiográfica. No sé si esto es importante. De todas maneras, lo que quería compartir con ustedes es un párrafo en particular (entre los tantos posibles) en el que dialoga con un tal B. acerca de la debilidad y confusión típica del escritor y le comenta que
“es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir adelante, una curiosa mezcla de fe en lo que tienes que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las galerías de espejos. En esos instantes te ayudará el recuerdo de los que escribieron solos: en un barco, como Melville, en una selva, como Hemingway, en un pueblito como Faulkner. Si estás dispuesto a sufrir, a desgarrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia, la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita soledad, entonces sí, querido B., estás preparado para dar tu testimonio".
No todos escribimos porque creamos que tenemos un testimonio para dar y los motivos de cada uno son tan variados como legítimos; pero todos los que escribimos pasamos por etapas de desasosiego en las que nada de lo que plasmamos, o intentamos, parece correcto. Las palabras no quieren acompañarnos y se nos pierden sin dejar rastro por quién-sabe-qué-dimensiones-desconocidas, o tememos no ser lo suficientemente "buenos" para este oficio. Lo cierto es que para escribir sería recomendable dejar de lado esas clasificaciones de base religiosa que dividen el mundo en cortes artificiales de extremos que sólo nos acarrean culpas y frustraciones (bueno-malo, lindo-feo, blanco-negro). Pero, sin llegar tan lejos, hagamos de cuenta -al menos por ese rato en que por fin nos podemos sentar frente al papel o la computadora- de que somos valientes. Digámonos que somos valientes. Quizá, de tanto intentarlo y de puro tercos, un día cualquiera y sin previo aviso hasta lleguemos a serlo.

Un cordial saludo.
Maia L.B. (Blog: Errante y errata)

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