jueves, 29 de mayo de 2014

Sobre la creación literaria VII


En Febrero del 2013 escribí aquí, en el blog de sinerrata, mi última entrada sobre la creación literaria. Lo que eso significa para mí o, al menos, cómo lo vivo yo. Hizo falta que pasara más de un año para que sintiera que tengo algo nuevo que aportar. De modo que ésta es también una confirmación —adicional— de que para aprender a escribir, primero que nada, hace falta paciencia. Paciencia y constancia. Las ideas van madurando a su propio ritmo y cada cual tiene el suyo. En mi caso, las ideas se van cociendo a fuego lento y, en muchos casos, es la misma originaria pero más armada o con un concepto agregado. En esta entrada retomo desde mi experiencia personal (nada más personal que la experiencia), el tema de la valentía.

En el libro Cómo se lee a un buen escritor (Prose, F., Madrid: Critica, 2007), la autora presenta a la escritura como un acto de valentía:
"El temor a escribir mal, o a revelar algo que uno preferiría mantener oculto, a perder el beneplácito de los demás, a quebrantar nuestros propios valores, o a descubrir algo de uno mismo en lo que, simplemente, no había reparado, son sólo algunos de los fantasmas que acechan al escritor lo suficiente como para preguntarse si no sería mejor encontrar algún empleo limpiando ventanas de rascacielos [...] El lector y el escritor en ciernes pueden contar con el ánimo que infunden todas las obras que han sido escritas sin la menor inquietud respecto a lo extrañas o arriesgadas que pudieran resultar, ni a lo que la madre del escritor en cuestión habría pensado si las hubiera leído".
Mi primera novela, Allí donde el viento espera —publicada por editorial sinerrata que tan valientemente se animó a apostar por mí, una total desconocida—, cuenta con una escena en la que la protagonista rememora la primera vez que se masturbó cuando tenía 9 años, sin saber qué era con exactitud lo que hacía. A los cuarenta y nueve y a los cincuenta años, Ana, así su nombre, se sigue masturbando. (Y no, no es una novela erótica.) Escribir estas escenas fue bastante perturbador, porque una se cree una mujer liberada y habla de sexo como quien lee el periódico, pero cada vez que pela una banana frente a un hombre se siente intimidada.

Todo venía bien hasta que mi padre me dijo que quería leer la novela, antes incluso de su corrección y publicación, cuando ni siquiera tenía editora. Mi primer impulso fue entregarle una copia escondiendo estas escenas o borrar esos párrafos directamente del manuscrito final. A los dieciséis una tiene las agallas de plantársele al padre en la cara y decirle "no sos quién para decirme qué debo hacer con mi puta vida, yo soy libre" —en el fondo es lo que se espera que hagamos—, pero cuando una crece, y encima es madre, comprende que la libertad a esa edad consiste en algo mucho más básico, como poder decir pelotudeces y que nos acepten de regreso en casa por la noche, o la madrugada del día siguiente o dos días más tarde, y nos proporcionen comida, abrigo y techo sin humillarnos por nuestros desaciertos.

Pero yo ya estoy grande y no tengo ya el valor de decirle a mi padre ciertas frases. De modo que mostrarle aquel texto no resultaba difícil solo por mis tabúes: era una situación para la que no estaba preparada. No había pensado en mi padre al escribirlas. Mi vergüenza se había relacionado en exclusividad con esos posibles lectores lejanos que, quizá, ni siquiera existían.
Fue entonces cuando me dije a mí misma que si no tenía el valor para escribir lo que yo creía importante, si no era capaz de contar lo que había venido a contar, mejor sería que optara por dedicarme a otra cosa. Quizá fue la necesidad de probarme a mí misma que soy capaz de hacerlo, el desafío que me impongo cinco veces a la semana aun cuando no siempre salgo airosa de estos retos, lo que me dio la fuerza. ¿Qué podía pasar?

Hoy, seis meses después de que la novela fuera publicada y habiendo tenido la suerte de recibir buenas reseñas, después incluso de haber llegado a más lectores de los que creí posibles, y aun cuando nadie ha hecho mención a estos párrafos, son estos los que más recuerdo. En conclusión, no sé si escribir es un acto de valentía. Pero se le parece bastante.

miércoles, 21 de mayo de 2014

El mapa musical de Devuélveme mi noche rota

Por mi parte debo un post a todos los lectores del blog de sinerrata, la segunda parte del artículo sobre la importancia de un Kindle Flash. Retomaré este tema pronto, pero hoy me ha apetecido más compartir con todos vosotros el mapa musical que muestra, geolocalizadas, todas las canciones que constituyen el hilo conductor del libro de José Morand: Devuélveme la noche rota. La fantástica idea de mostrar de forma visual este recorrido sonoro que propone el autor no es nuestra, sino de una de las personas que ha reseñado el libro: José A. Muñoz, en su fantástica web Viaje a Ítaca, así que lo justo es recomendaros que os paséis por allí a leer lo que nos cuenta sobre el libro de Morand.

A propósito, de aquí hasta finales de mayo, Devuélveme mi noche rota está en promoción a la mitad de su precio habitual. Podéis adquirirlo, si es de vuestro interés en cualquiera de las tiendas con las que trabajamos, por ejemplo en Amazon, o en Lektu, tanto en formatos mobi como ePub. ¡Contadnos que os parece!

miércoles, 14 de mayo de 2014

¿Quién reseña ebooks?

La semana pasada, y a raíz de este artículo en The future book [en inglés] , participamos en una breve pero muy interesante conversación en Twitter sobre por qué los ebooks no aparecen en las reseñas literarias de los grandes medios. Esto es una realidad, como el propio artículo indica; los profesionales de la crítica literaria se enfocan en los libros de tapa dura, en bastante menor medida reseñan libros de bolsillo, y al libro electrónico simplemente lo ignoran.

De hecho, ya nos hemos encontrado en más de una ocasión con que alguno de estos críticos, contactados desde nuestro departamento de prensa, indican más o menos amablemente que no aceptan ejemplares de prensa en formato digital. Ahí queda eso. Ya desde un punto de vista totalmente personal, me llama poderosamente la atención cómo alguien que se dedica a leer profesionalmente prefiere ir cargado de libros en vez de utilizar un lector electrónico. Como lectora de "intensidad", agradezco inmensamente poder viajar con la maleta llena de ropa y no de libros, como me ocurría hasta hace unos años, y lo mismo como editora.

Pero, volviendo al tema que nos ocupa, sigo sin saber el porqué de esa omisión intencionada de un formato en bloque y dudo si se trata de simple ignorancia, miedo a lo desconocido (¡a estas alturas!) o negación de la realidad. En mi opinión, la crítica literaria debería ser independiente del formato, pues ¿qué tiene que ver lo escrito, su calidad, su capacidad de entretenimiento, de enseñar, de abrirnos a otros mundos y otras perspectivas, con el soporte que lo contiene? Es cierto que tradicionalmente la gran mayoría de títulos se publicaban primero en tapa dura y transcurrido un tiempo en bolsillo, pero hoy en día es raro el libro que no sale a la vez en papel y digital y cada vez hay más que se lanzan primero o únicamente como ebook, como es nuestro caso. Qué ocurre con estos últimos, me pregunto. A ojos de los críticos literiarios, no existirán jamás o hasta que no lleguen al mágico mundo de las páginas impresas. Y luego se quejarán de que pierden público y que los blogs literarios les estan arrebatando “mercado”.

Como nota anecdótica, no quiero dejar de mencionar a encubierta, revista literaria especializada en libros digitales, aunque me resulta curioso que la abrumadora mayoría de reseñas que aparecen en ella son de títulos publicados por las grandes editoriales, los mismos que, en su versión de papel, por supuesto, ya aparecen en los medios tradicionales.

jueves, 8 de mayo de 2014

La importancia de un Kindle Flash para una editorial pequeña I

Si hay una tienda online a la que se le dedican a diario litros de tinta, aunque sea electrónica, esa es Amazon, sin duda. Con sus luces y sus sombras, tiene muchos detractores dentro del sector editorial, pero también muchos defensores, hay que ser consciente de ello, entre los lectores, y entre algunos escritores indie.

Yo considero que una editorial, y más siendo digital, opine lo que opine tiene que estar en Amazon, por una razón muy sencilla: parte, y no una parte desdeñable, de sus lectores potenciales están ahí, en el ecosistema de Amazon, leyendo con los dispositivos Kindle.

Una herramienta que Amazon pone a disposición de las editoriales para la promoción de los e-books es el Kindle Flash. Esta acción de marketing supone dos cosas: por un lado el libro baja de precio durante un día, (no solo en Amazon, ojo), y por otro, y mucho más importante, consigues durante 24 horas una enorme difusión ya que cada mañana los usuarios de la web que así lo quieren, reciben un newsletter con el e-book en oferta del día. Una vez se empiezan a efectuar las primeras compras, además del impulso inicial de la promoción tienes que sumar los efectos de la viralidad, ya que pronto entras en el top 100 de las ventas Kindle de Amazon, y empiezas a aparecer en un montón de páginas de la web, como por ejemplo en las fichas de otros libros, (los clientes que compraron este libro también compraron...), en el propio top 100, y en rankings temáticos, (top de novela negra, de libro juvenil...).

Para una editorial pequeña, como sinerrata, tener un libro en Kindle Flash, como os contábamos el otro día, supone "ser encontrados"; supone tener, aunque solo sea durante un día, el libro en un lugar preferente dentro del escaparate de la tienda más grande posible, como nos sucedió el pasado día 19 de abril, con el libro de Maia Losch, Allí donde el viento espera.

Como ya os relató Amalia, nuestra editora, el libro llegó a estar en el puesto número dos del top de ventas general de Amazon Kindle, cuando partíamos el día anterior, como podéis ver en el pantallazo que ilustra esta pequeña reflexión, de un puesto bastante más humilde.

En el siguiente post os contaré un poco cómo fue el día, e intentaremos reflexionar juntos sobre si este tipo de acciones merecen o no la pena a largo plazo, al hilo de un aporte que nos hace José Luis Benavente.