jueves, 26 de febrero de 2015

Bibliotecas de vanguardia

En un momento en el que la industria editorial parece seguir cayendo en esta crisis perpetua del sector, a la que en los últimos años se ha añadido una crisis general, y en el que el tan manido cambio de paradigma nos ha sumido en un mar turbulento del que aún no conocemos las consecuencias (ni siquiera tenemos claro, por lo que parece, lo que está pasando a día de hoy), contemplo con gran optimismo cómo las bibliotecas en nuestro país, en otros ya lo hicieron hace tiempo, van introduciendo en sus fondos el libro digital. Para mí es la constatación de que realmente apuestan por la lectura, en absoluto, sin entrar en esa guerra de formatos tan absurda como contraproducente.

Desde hace ya algún tiempo, hay una premisa que se repite sin cesar en el mundillo de la edición: hay que poner al lector en la primera línea del proceso editorial. Es una afirmación con la que estoy muy de acuerdo: ellos son los que mandan, los que deciden qué leer, cuándo y cómo, y editores y autores tenemos que escucharlos y complacerlos. Pues bien, son las bibliotecas las que están cerca de ellos y las que verdaderamente están sabiendo conectar, conocer sus preferencias y ofrecerles lo que quieren. Lectura, en el formato que sea, entre otras cosas.

Si bien es cierto que las cifras de compras a editoriales y préstamos de libros electrónicos son aún modestas (aunque, cómo no, en esto también hay diferentes interpretaciones), no puedo más que quitarme el sombrero ante estas instituciones que quizás están siendo el elemento del mundo del libro que mejor se está adaptando a los cambios, avanzando, manteniéndose al día y desarrollando nuevas actividades para seguir atrayendo a los lectores en un mundo digital y cada vez más diverso en cuanto a opciones de ocio. Y siempre, siempre, promoviendo la lectura.

Permitidme que añada que sinerrata también también está presente en la red de bibliotecas del País Vasco e incluso participando en estos mismo momentos en el club de lectura de la biblioteca La Bòbila, en L'Hospitalet.

jueves, 19 de febrero de 2015

El ebook está acabado, las librerías tradicionales cierran, ¡hala, todos para casa!

Desconozco si lo que voy a comentar es algo propio de la cultura hispana, o si pasa en cualquier país del mundo, pero es algo que yo no acabo de entender. Por desgracia, para los que estamos interesados en "el asunto este de los libros", cada vez que abrimos el navegador nos encontramos con alguna mala noticia relativa a nuestro sector: si no son las ventas de libros electrónicos que se estancan, es esa librería mítica de toda la vida que acaba de echar el cierre.

La parte que yo no entiendo es que, si todo el mundo se dedica a lo mismo, a crear obras literarias y hacérselas llegar a la gente, por qué tengo la impresión de que unos actores esgrimen este tipo de noticias contra otros. Algunos de los que dicen amar el libro en papel al parecer se alegran si el libro electrónico no avanza con brío, y los "guruses" del cambio de paradigma parecen esperar agazapados a que cierre algún templo de la venta de libros en papel.

A mí esto me da cierta pena, porque a mí por encima de todo lo que me apasiona es leer, (y de forma secundaria escribir, y arrimar el hombro para que las editoriales vendan). Algunos adoramos los libros en papel con los que hemos crecido, y a la vez sabemos ver las ventajas que en algunos ámbitos tiene el ebook.

He hablado de sensaciones. Pero también podemos hablar de datos que por si solos, fuera de contexto o incompletos, no valen nada. A veces, cuando se habla del estancamiento en las ventas de ebooks, ni siquiera dejan claro si hablan de contenidos, o de dispositivos. Si hablamos de los lectores de tinta electrónica, lo extraño sería que un dispositivo que, bien cuidado, tiene una vida útil muy larga, cuyo comprador potencial es un gran-lector, y que no puede competir de tú a tú con dispositivos multimedia, siguiera aumentando sus ventas de forma exponencial.

Y si hablamos de contenidos, de su venta, sí que tenemos un problema, está claro, pero el listado de sus causas se me antoja largo, variado, y complejo. Aunque yo haría dos incisos: decir que se editan menos libros electrónicos, y fijarse únicamente en el dato del ISBN, empieza a ser peligrosamente inexacto, ya que gran parte de la autopublicación prescinde de esta herramienta. El segundo inciso es que podemos hablar de poca venta de contenidos, pero el que diga que el libro electrónico está acabado, que monte en el metro y mire a su alrededor.

La otra cara de la moneda. El libro en papel, estoy convencido, tiene por delante una vida muy larga. Las librerías deberían ser una apuesta de cualquier amante de la lectura, y precisamente hay gente que publica en digital, pero no está dando la espalda a las librerías, todo lo contrario. Algunos se apresuraron a decir que el libro de toda la vida iba a pasar a la historia, cuando la realidad es que, en su sencillez, es un objeto maravilloso, que nos acompañará mucho tiempo aún.

Algunos pensamos, aunque me empieza a preocupar que seamos pocos, que lo que hay que hacer es publicar buenos libros, y después hacérselos llegar a cada lector en el formato que demande, ya sea papel o digital. Y que probablemente cada historia acabe funcionando mejor en un soporte u otro, y que algunas de ellas darán el salto al audiolibro, a una aplicación enriquecida con otros contenidos, o a una nueva edición en papel más cuidada. ¿Por qué nos gusta poner puertas al campo? Y lo que es peor, ¿por qué a veces me da la impresión de que nos alegramos si alguien se cae y no se puede levantar?

jueves, 12 de febrero de 2015

La salud de un enfermo de más de noventa años

Hace más de noventa años que nació un género, el negro. No sabemos con seguridad la edad pues en aquella época las partidas de nacimiento no se expedían de un modo tan contundente como las de ahora, pero se cuenta que el niño vio la luz, probablemente, en una gran ciudad de los Estados Unidos de América durante los años de la ley seca. Hijo de familia económicamente deprimida, el padre biológico nunca estuvo claro quién fue. Hay quien atribuye la autoría a Ernest Hemingway con su relato Los Asesinos (1927), aunque también se afirma del famoso escritor que no hay bar de Bilbao que no pisara.

Seguramente, los responsables fueran un grupo de escritores, entre ellos el destacado Dashiell Hammett, que escribió en pulp magazines, como Black Mask.

Sea como fuere, el género negro nunca gozó de una buena salud, ni del reconocimiento de los académicos. El género negro creció como una manifestación de la subcultura, es decir, como contrapunto de la cultura dominante. Violencia, sexo, drogas...

Los primeros escritores de novela negra, los más consagrados, salvo excepciones, fueron un fiel reflejo de sus personajes: Raymond Chandler fue un alcohólico reconocido; Cornell Woolrich malvivió escribiendo novelas baratas (de gran riqueza) reprimido por una sociedad homófoba; Jim Thompson vendió alcohol durante la prohibición; de nuevo, Dashiell Hammett ejerció de agente operativo en la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton... y un largo etc.

Sin embargo ahora, después de tantos años, el género está en su máximo esplendor y el anciano tullido goza de una salud envidiable: colecciones, semanas negras, congresos... ¿Cómo es eso? 
No voy a contestar a ese interrogante. Alexis Ravelo escribía recientemente en un artículo en El País que “lo criminal es mainstream”, refiriéndose al género negro, o lo que también significa “algo muy bien aceptado por la sociedad actual”.

Es indiscutible que los autores contemporáneos de novela negra no partimos de la misma situación que los pioneros. Tampoco contamos lo mismo ni de la misma manera. El rock and roll nació en los suburbios. Chuck Berry no es igual que Bruno Mars, no obstante uno no puede evitar mover el pie debajo de la mesa cuando escucha alguna de sus canciones.

jueves, 5 de febrero de 2015

Crónica de una presentación


Foto de @BernatRuiz
Espero que me perdonéis por seguir escribiendo sobre algo en lo que llevamos insistiendo desde hace un par de semanas, pero tras lo que ya han escrito sobre la presentación de El caso de la mano perdida, que tuvo lugar el pasado viernes 30 de enero en la biblioteca La Bòbila, Javier Selin en su blog Susurros, Mónica Gutiérrez en su blog Serendipia y el propio autor, Fernando Roye, en su bitácora Puntos suspensivos, no he podido resistirme a dejaros aquí mis propias impresiones.

Este evento, como ya comentaba en una entrada anterior, era muy importante para nosotros porque no solo era un estreno a nivel presencial (dado nuestro carácter digital, nuestro fuerte son las redes) sino que era la ocasión perfecta para encontrarnos autores, colaboradores, amigos y lectores. Y, por supuesto, no defraudó.

Carlos Laredo, autor de las aventuras del cabo Holmes, nos divirtió mientras presentaba y contaba las innumerables virtudes de El caso de la mano perdida, cuyos detalles nos desgranaría luego el propio Fernando Roye. Todo ante la presencia, entre el numeroso público, de colaboradores de la editorial como Mariana Eguaras y Pablo Barrio (echamos de menos a otros, que no pudieron asistir por motivos varios: Javi de Ríos y Judit Carmona), y blogueros amigos que no solo nos llenaron de felicidad al venir a acompañarnos sino que no dejaron de mostrarnos su cariño y pasión por la lectura y la buena literatura: los ya mencionados Mónica de Serendipia y Selin de Susurros, Cristina de Abrir un libro y Rosa de Mucho más que un libro. No tengo palabras para agradecerles a todos su asistencia.

Para terminar, quería dejaros aquí la idea clave que intenté transmitir en mi breve introducción, antes de dar la palabra a los verdaderos protagonistas de la presentación, Carlos y, sobre todo, Fernando: sinerrata es una modesta editorial digital con el propósito de ofrecer literatura de calidad y la misión de llevarla a los lectores para que lean dónde y cómo quieran. Así, nuestros libros cada vez se pueden encontrar en más sitios: librerías de calle, bibliotecas e incluso ¡en papel!